Comienzo
este año con una tradición, una costumbre que no se desde cuando se celebra en
casa, me imagino que se compró la televisión , allá por los años 60.
El
despertar del 1 de enero era, casi siempre, con un poquito de mal cuerpo, hay
que reconocerlo. No estábamos acostumbrados a trasnochar, a comer comida tan
rica y buena en esas cantidades. El ruido saliendo de la cocina, ya se estaba
preparando la comida de Año Nuevo, por supuesto con todas esas sobras de la
cena de fin de año. Una vez más la casa se llenaba de olores suculentos, magníficos;
las mujeres de la familia reinventaban platos nuevos con toda aquella comida.
La
televisión se ponía y comenzaba la tradición de ver la Santa Misa desde Roma –
la abuela con un recogimiento inusual- el concierto de Año Nuevo desde Viena y
los saltos de esquí desde donde aquel año tocará saltar.
De
vez en cuando se abandonaba la cocina, al son de unos de los valses
maravillosos y mi madre y tía Isabel, enlazadas, bailaban por aquel pequeño
salón, arrancando risas en el abuelo, alguna sonrisa de la abuela y nuestras
palmas y alegría infantil.
Era
digno de verlas, con los mandiles y algún cucharon en la mano. Momentos de
alegría, de despreocupación, de ganas de descubrir lo que nos depararía el año recién
estrenado.
Y con esta tradición
familiar evoco en este día a todas las personas buenas y maravillosas que me
faltan, pero que están conmigo realizando los mismos pasos que me enseñaron en
su día para que esto se convirtiera en una tradición, en una costumbre del
recuerdo, de la añoranza, de la nostalgia…
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