De
chica, con mi hermana y las amigas, íbamos al cine, a uno de esos cines de
barrio de sesión continua donde pasábamos la tarde del sábado, pendientes de la
magia de unas imágenes, en aquella inmensa pantalla, que nos hacían soñar.
Damas
lánguidas. Mujeres fuertes y luchadoras. Mujeres enamoradas.
Perros
que se enfrentaban a mil y un peligros, para defender a su amigo, a su dueño.
Un
pequeño hombre con bombín y bastón, que te hacia reír, pero con esa risa amarga
de los perdedores, de los que no tienen nada y lo tienen todo.
Casas
hermosas, como apariciones mágicas de un sueño, en mitad de grades praderas.
Cabalgadas
sin fin. Juramentos, poniendo al cielo por testigo.
Guerras
en falda corta; flechas sin punta; espadas sin filo; colosos en llamas.
Conquistadores
en barcos de juguete; civilizaciones de cartón piedra que desaparecían porque un
monstruo surgía de las profundidades marinas.
Intrigas
detrás de una puerta; el sueño de regresar a Manderley. El miedo de unos
colmillos rozando un cuello blanco de mujer. Gritos por el susto, alegría por
el protagonista salvado en el último momento.
Vaqueros,
indios pintados y emplumados para la guerra; piratas, sin pata de palo ni
parche en un ojo, saltando por los palos de su barco, con una sonrisa
fascinadora…
Tardes
hermosas de mi juventud, en el cine Sanz – desaparecido como tantos otros, convertido
en un hotel -, de mi barrio, tan lejano…
Hermosos recuerdos! Aún llegué a conocer esos pequeños cines de barrio donde podías ver dos pelis en una misma tarde. Así conocí a Han Solo...Delicioso post, y delicioso blog!!!! Brindemos por el cambio de casa ahhh y por la Navidad.
ResponderEliminarBrindemos siempre, y porque siempre estemos en contacto a través de nuestros escritos.
EliminarCon todo mi cariño.