Llegas
a una edad, en mi caso 66, que a veces miras atrás, por el camino de la vida, y
los recuerdos, las formas de vida, los pensamientos te hacen replantearte
muchas cosas de las vividas.
Que no daría yo por escuchar la voz de tía Isabel, de volverla a ver con sus manos siempre ocupas en la cocina, sus risas, sus chanzas, sus bailes con mi madre.
Y a la vuela, siempre preocupada, siempre pendiente de todos. Llevando una vida que no la satisfacía, amoldándose a las circunstancias.
Que no daría yo por volver a abrazar a mi madre, besarla –ella que no era muy besucona- hasta saciarme de ella. Mi madre...
Todos ellos, ahora en la distancia del tiempo, me han regalado lo mejor, me han hecho como soy.
Que no daría yo...
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