Último día del mes de marzo.
Preparando la comida de ese domingo. Abro el armario escurridor y al sacar una
sartén... ¡la debacle, el caos!
La sartén, pesada y grande,
se me escurre de las manos, en el intento de salir de ese armario, se lleva por
delante dos vasos y todos los utensilios del exprimidor de fruta.
La maldita sartén rebota en
el fregadero, choca con una cazuela, puesta al fuego en la placa vitrocerámica.
Salvo la sartén, salvo la
cazuela y sobre todo me salvo de no quemarme con ella y su contenido, salvo
parte de los utensilios del exprimidor, salvo los vasos... pero no me había
percatado que en este rifirrafe había caído, también, un colador que en todo
este trajín pisé sin darme cuenta, ha pasado a mejor vida el pobre, y la placa vitrocerámica se ha
encontrado con una grieta, que esta malvada sartén, en su afán de salir de
un armario escurridor, ha roto de
rebote.
Un dedo de mi mano con un
cardenal, que hasta ahora mismo, no sé cómo me lo he hecho.
Todo esto, contado así, es
gracioso, pero el susto y el estruendo fueron morrocotudos.
Por cierto, el altercado no
duró más de 5 segundos.
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